www.som360.org/es
Inés, chica con experiencia propia en conducta autolesiva

«Me odiaba tanto, que sentía que merecía ese dolor»

Detalle de un brazo con pulseras de una chica

Tengo 21 años y, aunque ahora empiezo a descubrir quién soy y qué me gusta, puedo decir que he recorrido un camino largo y complejo. 

Desde pequeña fui una persona tímida, con dificultades para encajar. Crecí en un entorno que no me gustaba, en una urbanización con un ambiente que me resultaba hostil. Eso me llevó a aislarme, a no socializar, a sentirme diferente.

Mi relación con la salud mental empezó muy pronto. A los 8 años tuve mi primer ataque de ansiedad. Fue en el cine, viendo Iron Man con mi padre. Sentí que me moría, no sabía qué me pasaba. Me llevaron al psicólogo, pero cuando insinuaron que el problema podía estar en casa, dejaron de llevarme. Desde entonces, viví con esa ansiedad sin nombre, sin herramientas, sin ayuda.

En la adolescencia todo se intensificó. Me sentía fuera de lugar, no quería hacer lo que hacían los demás, pero me sentía obligada. No me gustaba, me comparaba con los demás y solo veía defectos en mí, me odiaba, e incluso pasé un verano sin salir de casa porque me sentía demasiado fea. Entonces solo podía mirar hacia fuera y no hacia dentro de mí.  A los 14, una pedagoga del instituto me dijo que lo que me pasaba era que estaba en «a edad del pavo». Me lo creí y seguí tragándomelo todo. 

Me sentía fuera de lugar, no me gustaba, me comparaba con los demás y solo veía defectos en mí, me odiaba.

Cuando tenía quince años, todo se rompió. Me operaron de la pierna y tuve que estar dos meses en cama, pero justo después llegó el confinamiento del COVID. Pasé nueve meses encerrada en casa, con una relación muy tensa con mis padres, y, cuando llegó el momento de volver a la rutina, ya no podía levantarme de la cama. No quería vivir. Fue entonces cuando mi madre, por primera vez, se volcó en buscar ayuda profesional.

Un chico apartado del resto de compañeros en clase.

¿Te autolesionas? Explícalo y pide ayuda

La autolesión como manera de sobrevivir

Empecé a autolesionarme a los quince años. Durante esos años, la autolesión fue mi manera de sobrevivir. Me odiaba tanto, que sentía que merecía ese dolor. Me sentía frustrada, inútil, atrapada… Y cuando me hacía daño, aunque fuera por unos segundos, sentía alivio, era como si todo desapareciera por un instante. Después, claro, venían las consecuencias: las marcas, el control, la pérdida de libertades. Pero en ese momento, nada de eso me importaba.

Sé que desde fuera cuesta entenderlo: ¿Por qué alguien quiere hacerse daño? Pero es como una adicción, sabes que no es bueno, pero tu cerebro solo recuerda ese instante de paz, y cuando vuelves a sentirte mal, recurres a lo único que sabes que funciona. 

Me sentía frustrada, inútil, atrapada… Y cuando me hacía daño, aunque fuera por unos segundos, sentía alivio, era como si todo desapareciera por un instante.

La verdad es que dejar de autolesionarme fue lo más difícil que he hecho nunca y necesité ayuda para conseguirlo. No fue de un día para otro: pasé de hacerlo cada tres días, a cada quince, luego cada vez menos. Lo que más me ayudó fue encontrar motivos para resistir a esa especie de adicción: «Si me autolesiono, perderé las libertades que he ganado, volveré a estar controlada, revisada, encerrada». 

También empecé a probar cosas que antes me parecían absurdas y que luego resultaron útiles: hacer ejercicio, ducharme con agua fría, salir a caminar, cocinar. Al principio no tenía ganas de nada, pero me obligaba. A veces solo pensaba: «voy a hablar con mi hermana», y ese pensamiento me salvaba, me distraía y me alejaba del impulso.

Chica con auriculares mirando por la ventana

¿Estoy preparado para dejar de autolesionarme?

Aprendiendo quién soy y quién quiero ser

Hoy hace más de un año y medio que no me autolesiono. Ni un rasguño, ni un pellizco, ni una marca. Cuando me vienen pensamientos, los reconozco, pero no me asustan, porque ya no tienen poder sobre mí. He aprendido a llorar cuando lo necesito, a salir a respirar aire, a cocinar, a caminar, a ocupar mi mente. Sigo teniendo un trastorno de salud mental, y sé que tengo que cuidarme, pero he aprendido a convivir con él. 

Así que, si estás pasando por una situación similar, quiero decirte que no será fácil, que no será rápido, pero será. No te compares con nadie, no te pongas plazos. Y, sobre todo, pide ayuda todas las veces que lo necesites. 

Hoy me siento fuerte, no perfecta, pero fuerte. Y si algo he aprendido es que no debo avergonzarme de lo que he vivido, al contrario, aunque haya sido duro, le estoy sacando todo el provecho que puedo. 

Este contenido no sustituye la labor de los equipos profesionales de la salud. Si piensas que necesitas ayuda, consulta con tu profesional de referencia.
Publicación: 20 de Agosto de 2025
Última modificación: 20 de Agosto de 2025

Teléfono de la Esperanza 93 414 48 48 image/svg+xml 1873A50A-300C-4511-9831-D8604C9717D4 1873A50A-300C-4511-9831-D8604C9717D4

Si sufres de soledad o pasas por un momento dífícil, llámanos.

Inés siempre quiso ser piloto de avión, pero tuvo que dejar el bachillerato tras una época en la que la depresión ocupó todo su espacio vital. Recuerda su primer episodio de ansiedad a los ocho años, su adolescencia sin querer salir de casa y los momentos en los que encontró en la autolesión una aliada perversa de la que le costó mucho deshacerse.

Ahora, según nos explica, está descubriendo quién es y quién quiere ser, recuperando todo el tiempo que se paralizó años atrás. Está estudiando administración y esperando que la acepten en un grado medio de técnica en emergencias sanitarias. Le encanta leer, ahora que se puede concentrar, comparte la vida en pareja y sigue trabajando en este largo proceso de recuperación. 

Inés ha querido compartir su experiencia y sus reflexiones con nosotros, como ella dice, sin avergonzarse de todo lo que ha vivido, desde la persona que aún se está redescubriendo.